Los árboles ubicados en las grandes ciudades proporcionan múltiples beneficios a sus habitantes. Convivir con el tráfico, la contaminación y el smog no es cosa fácil. Pero gracias a estos ejemplares, quienes viven en urbes como Ciudad de México, Brasilia, Río de Janeiro, Buenos Aires o Santiago de Chile, reciben mucho más que un respiro verde en medio del cemento.
La contribución de los árboles va mucho más allá de su valor estético. Además de proporcionar sombra en los días más calurosos, los árboles son los grandes guardianes de la calidad del aire de las ciudades. Diversos estudios han probado que, de no ser por estos ejemplares, las zonas urbanas tendrían niveles insostenibles de contaminación atmosférica.
Cada árbol urbano funciona como un filtro natural que absorbe dióxido de carbono y libera oxígeno a la atmósfera. De este modo, ayuda a contrarrestar la contaminación generada por miles de vehículos y por las diversas industrias ubicadas dentro de estas grandes ciudades. De hecho, los expertos calculan que un árbol adulto puede absorber hasta 150 kilogramos de contaminantes anuales.
Los beneficios psicológicos de los árboles urbanos
Entre tanto concreto, la aparición de los árboles puede resultar una verdadera fuente de bienestar psicológico para los ciudadanos. Sin ir más lejos, existen diversas investigaciones que prueban que vivir cerca de espacios verdes tiene un efecto positivo tanto en la salud mental como física de los seres humanos.
A lo largo de la historia, los científicos han estudiado los beneficios psicológicos de la interacción con los árboles. Entre otros datos, su presencia en el día a día se ha relacionado con una disminución de la presión arterial y del estrés, por lo que podría decirse que actúan como verdaderos terapeutas naturales.
¿Cómo ayudan los árboles a mejorar las condiciones de vida en la ciudad?
Los mejores urbanistas destacan que la ubicación estratégica de pulmones verdes en las grandes ciudades puede contribuir disminuir la temperatura promedio entre 2 y 8 grados centígrados. Esto es especialmente necesario en ciudades con muchas construcciones de cemento y concreto, que generan lo que los expertos denominan “islas de calor”.
Los árboles son capaces de interceptar la radiación solar y utilizar esa energía para sus procesos de fotosíntesis. Mediante la evapotranspiración se convierten en aliados naturales contra el calor extremo de las ciudades. Pero además, cuando son planificadas de manera consciente, las arboledas urbanas pueden servir de escudo contra inundaciones y otros desastres naturales, como huracanes y monzones.
Además, diversas investigaciones han comprobado que la presencia estratégica de árboles en las ciudades pueden reducir ¡hasta un 30% la necesidad de utilizar aires acondicionados! Esta capacidad de actuar como reguladores naturales del clima vuelve a los árboles en grandes aliados contra el cambio climático. Y por si fuera poco, puede ayudar a disminuir las facturas de energía hasta en un 50%.
Árboles urbanos y economía sostenible
Cuando se desarrolla una ciudad incluyendo árboles, el valor de las propiedades puede llegar a aumentar hasta un 20%. Es por eso que muchos expertos en economía verde abogan por la inclusión de parques, plazas y arboledas en la construcción de nuevas zonas urbanas. Pero además de su valor comercial, la presencia de árboles es una gran fuente de trabajo.
Los árboles transforman el panorama de las ciudades volviéndolas mucho más atractivas para el turismo, lo que a corto plazo contribuye al crecimiento de este sector tan importante para la economía de un país. De la misma forma, el mantenimiento de las áreas verdes requiere de mano de obra especializada, reactivando la economía de toda la comunidad.
En definitiva, queda claro que los árboles cumplen un rol mucho más importante que el de ser meras decoraciones urbanas. Es por eso que organizaciones que abogan por la protección del medioambiente, como Greenpeace y The Nature Conservancy, luchan día a día para proteger cada centímetro verde de las grandes urbes.
La inversión en árboles, dentro y fuera de las ciudades, no debería ser vista como un gasto por los estados. Sino como inversiones a futuro que ayudarán a que las próximas generaciones puedan contar con espacios urbanos más saludables, sostenibles y seguros.